El pODer de laS ImAGeneS -------------------------------------David Freedberg
¿Qué tienen en común las máscaras africanas, los cuadros dieciochescos, las imágenes medievales y ciertas fotografías contemporáneas? Sencillamente su capacidad para despertar emociones intensas y suscitar respuestas vehementes. Mediante el análisis de una amplia gama de imágenes y de tratados de estética, el autor establece la recurrencia de las respuestas humanas ante las imágenes a lo largo del tiempo.
David Freedberg, nacido en Sudáfrica, donde realizó sus primeros estudios antes de ingresar en Yale, es principalmente conocido por su trabajo sobre las respuestas psicológicas al arte, y particularmente por sus estudios sobre la iconoclastia y la censura. Es Director de
El ensayo que presentamos aquí, según sus propias palabras en la introducción de su libro, no trata de la historia del arte sino de la relación entre las imágenes y las personas que las observan, a lo largo de la historia. Al autor le llama la atención el hecho de que se silencien determinados comportamientos y reacciones suscitadas por la contemplación de determinadas imágenes. Sobre todo, aquellas reacciones de personas no cultivadas artísticamente, digamos. Reacciones emotivas de miembros de otras culturas más primitivas, por ejemplo. O reacciones de niños, o incluso las reacciones de personas cultivadas pero que, al margen de sus explicaciones racionales ante la obra que contemplan, tienen unas reacciones más primarias, emocionales, que generalmente se ocultan a favor de las racionales. O sea, que de lo que se trata es de marcar la diferencia entre lo civilizado y lo primitivo de las reacciones ante la imagen artística.
Esto surge como necesidad ante el desinterés mostrado por la historia del arte ante las innumerables pruebas que informan a cerca de los modos en que la gente de todas las clases y culturas ha respondido a las imágenes. Es posible extraer alguna base teórica partiendo de los datos históricos. Hace un intento por entender las respuestas que le parecían recurrentes, llamándole poderosamente la atención reacciones – psicológicas y de conducta más que críticas – que se habían observado manifiestamente a lo largo de la historia y a través de las culturas, fueran civilizadas o primitivas; las cuales, fueron consideradas en su momento inútiles por su falta de refinamiento e intelectualidad y tosquedad.
Gran parte del material - imágenes figurativas y no - que se presenta sugiere la posibilidad de elaborar un proyecto de cómo mirar.
También, al utilizar el vocablo “respuesta”, se hace referencia -en sentido amplio- a las manifestaciones de la relación que se establece entre la imagen y el espectador. Y esta visión de la respuesta está basada en la eficacia y efectividad de las imágenes; no sólo lo que hacen los espectadores, sino también lo que las imágenes parecen hacer; no sólo lo que las personas hacen como consecuencia de su relación con la forma representada en la imagen sino también lo que esperan que esa forma haga.
Siguiendo, pues, susodichas reacciones, sopesó algunas de las respuestas consideradas más emotivas. Curiosamente, las evidencias más relevantes fueron concretamente las que los historiadores de arte rehuyeron debido a su interés por las formas más intelectualizadas de respuesta. Por lo tanto al suprimir estos testimonios pasamos por alto el campo de las relaciones entre las imágenes y los seres humanos, de las que hay constancia en las historia y que se deducen fácilmente de la antropología y psicología popular. La historia de las imágenes tiene su lugar entre el cruce de estas disciplinas, pero la historia del arte, en la forma que está concebida tradicionalmente, no acude al punto de encuentro. Al mismo tiempo, no puede afirmar que de estas incursiones en las disciplinas vecinas haya salido siempre con el botín apropiado.
Al exponer las pruebas, estaba claro que las divisiones básicas se establecerían por tipologías de respuestas, más que por clases de imágenes, ya que las respuestas a ciertas clases de imágenes proporcionaban testimonios más que directos. Es el caso de las figuras de cera, las efigies funerarias, las ilustraciones y esculturas de índole pornográfica y toda la gama de anuncios y carteles. Pero éstas eran justamente las clases de respuestas que por lo general se separaban de las respuestas cultas y educadas, la que podríamos denominar respuesta elevada y crítica.
La ventaja de estudiar estas actitudes y conductas populares radica en la posibilidad de conocer los efectos sentidos por el espectador. Cabe mencionar que las personas acostumbradas a hablar de arte elevado no pueden responder de igual modo que el llamado “pueblo llano”.
Pero no se trata solamente de una cuestión entre lo “popular y cultivado” si no, quizás, entre lo primitivo y lo occidental, y es precisamente ahí, donde el autor quiere evitar el distintivo entre objetos que producen determinadas respuestas, provocadas debido a sus supuestos poderes “religiosos o mágicos” y objetos cuyas funciones responden a fines puramente “estéticos”. De este modo, el autor pretende abordar de manera más frontal lo que tales fenómenos nos dicen sobre el uso y la función de las imágenes en sí mismas y de las respuestas que provocan. Lo que espera del libro es que el material presentado suscite un enfoque más crítico de una de las suposiciones más frecuentes e irreflexivas que se hacen sobre el arte: la creencia de que cuando vemos una obra de arte no permitimos que afloren las respuestas de índole menos transcendentales, como el material de que está hecha o el tema tratado, que, por lo general, son las que se producen en nosotros casi reactivamente. Gran parte del material que presenta, tal como el modo en que lo muestra, sugiere la posibilidad de elaborar un proyecto sobre como mirar; el proyecto está pensado para abarcar tanto imágenes figurativas como no figurativas, y el que gran parte de sus ejemplos sean figurativos es consecuencia de una determinada educación. El termino respuesta está referido a las manifestaciones de la relación que se establece entre la imagen y el espectador, y lo utiliza para referirse a todas las imágenes que existen fuera del espectador.
Igualmente, hace una distinción entre la consideración de las manifestaciones y la conducta de los espectadores así como también a cerca de la efectividad y vitalidad de las propias imágenes. Por lo tanto, ya no sólo considera lo que hacen los espectadores sino también lo que las imágenes parecen transmitir; no sólo lo que las personas hacen como consecuencia de su relación con la forma representada en la imagen, si no también lo que esperan que esa forma haga y por qué tienen tales expectativas sobre ellas.
Propone que se tome más en serio todos los tópicos, símiles y metáforas que revelan el poder de las imágenes.
El autor no cree en la distinción entre objetos que producen respuestas “religiosas” o “mágicas” y objetos que producen respuestas “estéticas”.
Otro término a destacar, es el aniconismo, cual mito, surgido ante la incapacidad para reconocer la posibilidad de que las imágenes puedan estar dotadas de veras con cualidades y poderes que parecen trascender lo cotidiano. Surge ante el temor a aceptar.
El autor desea resaltar el continuum de unión entre las imágenes religiosas y las imágenes profanas y eróticas .La actual abundancia de trabajos, sin olvidar los del pasado, pone en primer plano el abandono en que los historiadores de la cultura en general, y los del arte en particular, han tenido con demasiada frecuencia a las imágenes por considerarlas de bajo nivel. Denuncia que el relegarlas exclusivamente al plano del folclore, es caer en un provincialismo intelectual estrecho y elitista.
El autor deja claro que el libro no es sobre hermenéutica (interpretación de los símbolos), y sin entrar en teorías de la representación, lo que hay que considerar es cómo llegan las imágenes a funcionar de tan tas variables maneras: incitando al llanto, a seguir causas, a emprender largos viajes, destruir las que nos molestan, conseguir la excitación o la elevación espiritual, etc.
Estamos, pues, ante un estudio antropológico de campo. El objeto no es tanto el objeto artístico, sino la relación entre éste y las conductas suscitadas en los distintos sujetos, y el procedimiento será más bien de tipo inductivo que deductivo, ya que se trata de una investigación en la que no se parte o el autor insiste en que no se parte de teorías previas, sino que su objetivo es llegar a ellas por medio de la observación de casos concretos.
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